Te quise. Te quise libre. Te quise dueño de ti y, a
veces, de mí. Te quise por los dos. Te quería sonriendo, te quería dentro de mi
dolor, como un dedo dentro de una herida. Te amé más de lo que lo hacía conmigo
misma, cometiendo el error de no tener un salvavidas, de amarte sin amarme a
mí. Te amé tanto que pensé que había robado el amor de todo el mundo, que era
imposible que hubiese más amor en la tierra que el que yo sentía por ti. Te
adoré. Sin más. Te puse en el pedestal de “una de las mejores personas que
conozco”. Y ahí estabas. Tú solo. Te adoré hasta el punto de que todo lo que
hacías me parecía bien, aun pareciéndome mal. Me contradije a mí misma, me
enfadaba enamorándome más de ti. Desenfadándome al segundo. Y te quise. Joder
si te quise. Te quise a pesar de romperme. A pesar de que me quemaba cerca de
ti.
Te quiero. Te quiero porque aún dueles, por
más que me esfuerce en alejarte de mi cabeza. Te quiero como si la mitad de las
cosas no hubieran pasado. Te quiero igual que siempre. Como sólo yo te sé
querer. Te quiero a pesar de estar rota en mil pedazos esparcidos por los
huecos de tu cuerpo, esos que están diseñados para mí. Te amo porque ya no
estás. Porque lo haces insufrible. Te adoro por todas esas cosas que me decías
a veces, que conservo en mi memoria y sobretodo en… Bueno, mi corazón. Te adoro
porque veías la esperanza en mí, y, sinceramente, sigue estando ahí. Esperando.
O al menos la mitad de mi tiene esperanza. Y ya sabes de qué hablo. Te quiero
porque has sido y serás. Te quiero a pesar de desear que ojalá me hubieses
querido la mitad de la mitad de lo que yo te quiero. Ojalá me hubieses visto de
la forma que yo te veía a ti.
Y te querré.
No hay comentarios:
Publicar un comentario