Iba a escribir una entrada totalmente diferente, pero estando en clase y escuchando cosas, he decidido cambiar de idea. Dicen que lo mejor es contarlo, pero yo sigo sin atreverme a decirlo en voz alta, porque en el fondo soy una caguica. Por eso escribo esto, ya que no me atrevo, ya que no soy capaz, mejor soltarlo así, que se entere quien se quiera enterar y quien no, pues ya.
Tengo miedo. Un miedo atroz. Pero no soy capaz de manifestarlo. Nadie sabe del todo bien la batalla interior que he librado estos últimos 3 años. He estado al borde del precipicio mirándolo con completa indiferencia, porque ya me daba igual, ya no podía estar más abajo. Sin ganas de absolutamente nada, saliendo de cama para ir a las clases porque mis padres estaban gastándose dinero en mí. Si podía permanecer en cama el día entero, sin salir era perfecto, podía ahogarme en todos mis malos pensamientos y podía llevarlos sola, o eso creía. Pensaba que no era digna de nada de lo que tenía, que cualquiera de mis sueños eran metas imposibles que no estaban diseñadas para mí. Quizás otros las lograsen, pero yo nunca llegaría a materializarlas. Y que frustante llegó a ser no ser capaz de hacer lo que me gustaba. Pensaba que todo lo que yo hacía estaba mal, que no hacía nada más que equivocarme y que a todas y a cada una de las personas que habían estado a mi lado les daba igual. Les era completamente indiferente. Eran ajenos a mi dolor. Al dolor de su ausencia y a mis gritos de auxilio, pidiendo ayuda. Llegó un punto en el que escribir me ayudó. Soltaba todo lo que tenía dentro y ya. Fuera. Al menos por un rato. Luego los fantasmas volvían. Lo más triste, es que había gente que leía eso que yo escribía y que no fue capaz de ayudarme. Busqué el apoyo de las personas más cercanas a mí, pero luego caí en la cuenta, de que los gritos no me servían de nada y seguí igual. Continuaba en una espiral descendente cayendo en mis propios malos pensamientos, autoboicoteando cada momento de "alegría" que se me presentaba. Hasta que un día desperté. No fue fácil. Y no fue gracias a mí. Tuvo que acabarse una relación tóxica para que pasado un tiempo se encendiera algo en mí que decía "ya basta". Pero no bastó. Volvieron esas personas que yo había echado inconsciente o no tanto de mi vida, pero se volvieron a ir. No de mi vida, sino lejos, dejándome 5 días sumidos en el negro que era mi vida a la semana. A veces meses. Y tuvo que pasar casi un año desde la finalización de aquella relación para que diera el paso. Para que por fin sintiese algo de alegría dentro de mi. Y, juro, que me siento mil veces mejor. Es una sensación bonita. Porque estoy aprendiendo a quererme y empiezo a ver cosas bonitas en mí, cosas buenas. Pero tengo miedo, cualquier día malo amenaza con destruir esto que tanto me ha costado empezar a construir, amenaza con volver a sumirme en la oscuridad... Y no quiero, o no sé si en el fondo todavía no tengo fuerzas suficientes para decirle que no rotundamente.
Sé, a día de hoy, que algunas personas lo vieron, que sintieron mi grito... Pero lo que más me duele es que otra gente, mucha gente lo ignoró y me culpó de no querer hacer las cosas, pensando que yo decidía hacer todo así. Y que a día de hoy, aun intentan desestabilizarme sus acciones.
Pero hoy, no es un día negro, ni gris, sólo marrón. Y ser consciente de todo esto, me hace estar, al menos, un paso por delante de lo que lo estaba hace un año.
"¿Qué estoy haciendo con mi vida? Esta pregunta se agolpa en mi cabeza todos los días un mínimo de diez veces. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo he llegado hasta aquí? Sin más, he aceptado conformarme con lo que hay y no busco nada mejor.
He aceptado a la tristeza, la soledad y la pena como una forma de vida. Les he abierto la puerta de mi casa. Un día, que vinieron y llamaron a mi puerta, con las maletas en mano, les abrí y les invité a tomar un café. Pero a la hora de irse, les preparé las camas y les dije “No os preocupéis, hay sitio”. Y sin que me diera cuenta deshicieron las maletas y se acomodaron en mi casa. En mi vida. Pintándola a su semejanza. Triste, solitaria y con pena. ¿Lo peor? Todavía no me he atrevido a echarlas, a decirles un “LARGO DE MI CASA Y DE MI VIDA” contundente. Me he acostumbrado a ellas… Y ellas a mí.
Sin embargo, un día volvieron a llamar a mi puerta. Era la felicidad, la alegría de vivir y la esperanza. Las miré por la mirilla. Venían desnudas y sin maletas. Como si sólo estuvieran de paso. No queriendo invadir. Pero me asusté, me asusté de que sus consecuencias fueran demasiado buenas para mí y no quise abrirles la puerta. Las eché como simples oradores religiosos que vienen a venderte su ideología de una forma pedante y cansina. Y se fueron. Yo no me di cuenta de que su ausencia de maletas era porque las harían conmigo, las llenaríamos de cosas, para luego vaciarlas y volverlas a llenar de otras nuevas. Todas ellas cosas felices, recuerdos y momentos de felicidad. Pero se fueron. Sin su maleta. A hacer más agradable la vida de alguien que sí estuviera preparado para recibirlas con los brazos abiertos. Para pintar una casa imaginaria con sus colores y sus sonrisas. Mientras yo, tengo en mi cama durmiendo a tres extrañas que no tienen intención de irse, y que en vez de llenarme las maletas de la vida, me las vacían.
¿Qué estoy haciendo con mi vida?" Texto del 7 de Agosto del 2013.
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