lunes, 9 de febrero de 2015

Caperucita y lobo.

"Llevaba tiempo vestida con su piel. Cegada por una falsa luz, viendo al lobo disfrazado de cordero sin darse cuenta del engaño. ¿Cuántas veces no nos ha pasado? Ella lo miraba y lo adoraba. Pensaba que la vida era eso. Que la felicidad eran pequeños momentos, fugaces tal vez. Pero el dolor estaba siempre. Siempre había dolor. Se creyó que las relaciones tenían que ser así, dañinas, que te hicieran llorar. Cuánto más sufrieras por esa persona más sentías por ella. Y no se equivocaba. Sentía muchísimo. Sentía por los dos. Sentía por una persona que no daba ni un duro por ella, por una persona que no quería su felicidad por miedo a que cuando la encontrase, se fuera con ella y lo dejase solo.
El lobo, que sólo se dejaba ver en contadas ocasiones, sabía mantener su engaño muy bien. Jugaba dos papeles bien jugados. Sabía cuándo mostrarse tal como era. Engañaba a Caperucita con una sonrisa. Con palabras bonitas. Para luego comerse su autoestima, su personalidad y sus ganas de vivir... Y así mantenerla cerca de él para siempre. Él sólo quería el envoltorio de  Caperucita. Lo demás le sobraba. No le servía una persona capaz de pensar por sí misma. Una persona así se habría ido.
Al final, pasó el tiempo. Y Caperucita, que siempre había sido muy lista, se dejó engañar. Tonta de ella. Y al final fue lo que quería el lobo, un cuerpo vacío. Ausente de todo. Anulada como persona. Su trofeo personal... Y fueron pasando los días, los meses e incluso los años. Hasta que un día, algo cambió, al lobo le iba empezando a quedar pequeño el disfraz de cordero y  Caperucita le vio las orejas y empezó a reaccionar. Pero no era tan fácil llenar el vacío de su interior... Pero poco a poco se iba llenando de cosas, de opiniones, de contestaciones... Hasta que el lobo decidió actuar haciendo lo que mejor sabía, intentar anular otra vez, hacer lo de siempre para que Caperucita volviese a ser lo que era. Pero esta vez Caperucita huyó. Corrió rápido.
Pero, aun después de que haya pasado tiempo, a Caperucita le cuesta llenar el vacío de su interior."

miércoles, 4 de febrero de 2015

Llueve por no llorar.


Qué maldita manía tengo de pensarte cuando mejor estoy. De sentirme mal por seguir adelante, queriéndome aferrar a ti, con fuerza. 
Maldita la manía de compararte, de pensar que todos son igual que tú. Y a veces, incluso, que tú eras mejor. Aunque no sea verdad.
Maldita manía de desearte aquí abrazándome otra vez. Que se me pasa al segundo, cuando te recuerdo de verdad. 
Y qué maldita manía tengo de auto-hundirme cuando estoy asomando la nariz del agujero en el que me has metido. Tan profundo. Que a veces parece que me da miedo la vida fuera de él. 
Creo que debería llorar hasta hartarme dentro del agujero, y luego salir. Pero ya no te puedo llorar, ya no me sale. He dejado de sentir las emociones suficientes hacia ti como para llorarte.. Ahora solo siendo todo el dolor que me provocaste. 
Cuando se ha ido el amor, que era lo que me protegía de sentir esto, el dolor me ha atacado de golpe. Y no sabes lo molesto que es, tampoco creo que lo sepas nunca. Nunca dejarás que nadie te afecte tanto. Nunca te mostrarás vulnerable con alguien como para implicarte de la misma manera que yo contigo. 
Me dueles porque has hecho estragos de mi. Porque no puedo salir adelante, porque has conseguido que me auto-boicotee y estarás orgulloso de joderme de esta manera. 

Ojalá hoy pudiera llorarte, llorarte hasta no poder más. Así me quitaría lo que llevo dentro. Pero no puedo. Por eso llueve.